lunes, 8 de octubre de 2018

El comienzo

A sus 13 años  habìan conseguido entender  cosas que muchos no. El valor de la vida, la contemplaciòn, el valor de la soledad.  Por momentos se subìa a un àrbol de aguacate viendo el horizonte pensando en aquella frase que dislumbraba su mente como una vela en medio de la oscuridad "el vuelo de una mariposa en oriente, puede causar una tormenta en occidente", y se preguntaba en donde habìa estado aquel cielo que podìa ver unas horas antes, unos dìas antes, quien tambièn desde otro lugar de la tierra lo habria visto haciendose la misma pregunta, y visulbraba un hilo invisible que lo unìa con alguien màs en algùn otro lugar de la tierra.

Por esos dias el calor que empezaba en las mañanas y que se acentuaba sobre el medio dìa y quemaba en las tardes, hacìa rechinar las tejas de zinc del barrio las cuales en un acto de expansiòn forcejeaba con las vigas de las casas en el Paraiso. El pasto fuerte de verano empezaba a ponerse amarillo de tanto que quemaba el sol. Las amas de casa ponian a secar la ropa de la familia en sus solares, dejando que un viento seco y abrazador secara en horas lo que en otras èpocas se pudiera secar solo en dìas. Por algunas èpocas ocurrìan incendios que quemaban los pastos secos y que secaba la tierra dejàndola àrida, dejando trozos de tierra seca como rocas permeadas por los rayos de sol, las cuales en alguna època de invierno hubiese sido barro. El paisaje grotesco del verano el cual entraba como un patròn en su casa, hacìa de la siesta de la tarde una forma de apaciguar los dolores de cabeza que el calor provocaba. En esos dias eran comunes los suelos de cemento esmaltado de colores y apacible y contento se echaba sobre el suelo buscando algo de frescura y de sombra en la casa de madera.

Por las tardes en algunas ocasiones estando en el àrbol de aguacate pedìa a alguien que la lluvia viniera y le visitara. Aprendiò el valor del deseo, y de como una fuerza invisible le otorgaba ese deseo de manera irrefutable. Sentìa como si fuera cuidado por alguien que no podìa ver. Como si la fortuna llegara a su vida producto de alguien que lo vestìa con un manto invisible y lo hacìa sentir especial, no mejor solo especial.

En esa època, disfrutaba de correr en el bosque entre los àrboles que inundados de pequeñas rastreras no se dejaban fàcilmente abrazar. Andaba aquellos caminos trazados por caminantes que evitaban carreteras soleadas y quienes sentìan placer de sentir las raìces de los àrboles cuando se alzban por encima de la tierra, asì como ese olor a hierba, a barro hùmedo, a madera de àrboles caìdos, y de ver de vez en cuando a algùn otro caminante, usualmente un indìgena con sus mercancìas que solìan ser pescados, yucas, tupiros o algùn racimo de plànado.

Asì mismo disfrutaba de sus vecinos, pero no solo de los de su edad, sino de la gente mayor. Aquella actividad contemplativa le habìa permitido ver sin hablar, escuchar sin interrumpir,  contemplar sin juzgar. Aun recuerda a don Paulo, quien tenìa tres hijos. Era curioso que sus apodos fueron niño y niña, asì no màs, asì de simple, y simòn. vivìan en una casa de madera cuyas tablas parecìan cortadas de un arbol gigante, y se erguìan verticalmente sobre un techo de zinc. Era curioso que en su patio asì como en su sala descubierta tuviera despojos de lo que parecìa que en algùn momento fue una gran màquina de metal cubierta con una pintura especial de color verde. Era normal que quedaran vestigios de una època minera, del pequeño pueblo. Sin embargo, en esos dias solo era eso, un vestigio de una època pasada. Don paulo era un señor noble, indìgena, cuya altura y delgadez le daban la apariencia de un marciano de no ser por su cabello negro y la calidez en sus ojos. Podìa verlo complacido en su trabajo y en su laboriosidad, sabiendo que se trataba de un buen hombre, que velaba por sus hijos. NO sè si lastimosamente o para su fortuna habìa conocido a Mariana; la mamà de sus niños. Mariana, una mujer ciega, solìa juzgar duramente a Paulo, reclamandole dinero, asì como la cena, o el cuidado de sus hijos. Aprendì en ese entonces que hay personas que aùn con alguna incapacidad siguen siendo personas arrogantes y que lo uno no tiene nada que ver con lo otro. La bondad y la maldad no dependen de las capacidades de las personas ni de su belleza o de su fealdad. Por otro lado Simòn, niña y niño eran niños criados en un ambiente trannquilo, con su abuela, a quien visitaban de vez en cuando y conn su familia que en algunas ocasiones iban a aquella casa de madera en medio de un lote separado de otros con alambre de pùas metàlicas que se tensaban con clavos en trozos de madera estratègicamente cortados a cierta distancia en una cerca firme.

Niña se llamaba Paula. Tenia una cicatriz en su pierna que parecìa una quemadura con algùn lìquido o algùn incendio del que nunca supe que empezò a la alguna de su rodilla y que quemo parte de su pierna. Constantemente le daba algo de pena su cicatriz, y la ocultaba de otros. Sin embargo en algunas ocasiones se podia ver y contemplr como grave debiò de haber sido. Por su parte niño era el menor de los tres. Tambièn le decìan calvo. Soliamos jugar y calvo era realmente un niño bastante valiente. Solìa ayudarme a atrapar los limones que con el permiso de don paulo bajaba del àrbol que yacía en su patio. Simòn el mayor de todos, solìa ser algo torpe y algo inseguro con respecto a su familia y de còmo esta era distinta a cualquiera de El Paraìso. Fue algo extraño saber con el tiempo de que calvo habìa fallecido recogiendo basura reciclable en el basurero del pueblo, luego de que lastimosamente le diò con el machete a una granada que habia dejado la fuerza armada del paìs en uno de sus entrenamientos. Lo anterior pasò dos meses despuès de la muerte de uno de sus primos en un caño de agua limpia el cual se formaba detràs del barrio. Fue irònico y triste, ver  como la muerte de ambos niños se diera en tan poco tiempo enlutando una sola familia.

Creo que despuès de ello no supe nada màs de ellos. En alguna ocasiòn iba a visitarlos; sin embargo ya no jugàbamos y lo que hacìa era bàsicamente hablar con don Paulo a cerca de la vida y de como iba la pesca.

Son las 05:00 P.M. tengo 23 años y estoy en una de las universidades màs prestigiosas del paìs. Estamos en un salon en una actividad acadèmica en donde debemos seleccionar unos nùmeros que tienen en su respaldo preguntaas y algunos comodines como puntos para ganar en la clase. Cuando es turno de mi grupo, nùmeros vienen a mi cabeza y uno tras otro en un cuadro de 64 casillas digo como si supiera, todos los comodines, sin tener que hacer una sola pregunta. Los dueños del juego se ven asì mismos extrañados de que una persona ajena al grupo pudiera descubrir exactamente en donde estaba cada uno de los siete comodìnes. Siento esa extraña sensaciòn en mi cabeza en la cual hay alguien que me cuida y que me intenta decir algo. Pido permiso, voy al baño y pienso en ese momento en el cual sentado en un àrbol de aguacate deseo lluvia y se me otorga de manera indiscutible. Me hecho un poco de agua en la cara y al volver a la clase esta se encuentra a solo 5 minutos para terminar. Vuelvo a mi casa y en la vìa siento como si caminara al lado de alguien,  llego a casa a dormir por dos horas a soñar un poco y a pensar en arboles de aguacates, en lluvia, a los nùmeros, a aquella sensaciòn de alguien que està allì anque no le vea, y de como desde aquel àrbol podìa ver la casa de don paulo y de sus hijos.